Chile ayer nos dio un ejemplo de vida. Millones en el mundo nos quedamos viendo la televisión del momento donde se rescataba a los primeros
mineros de los 33 atrapados en una mina llamada San José, en algún punto del desierto de Atacama.
Chile, este martes, nos demuestra que sí es posible pelear por la vida. Que no se debe escatimar ningún recurso, ninguna posibilidad. Que lo más sagrado que existe en este planeta, la vida, es algo por lo que vale la pena pelear.
En estos días no se dejaba de olvidar lo acontecido el 19 de febrero de 2006 en Pasta de Conchos, Coahuila. Una tragedia donde cerca de 65 mineros pierden la vida. Nos dijeron --gobierno y empresarios-- que al final no había posibilidades de rescate. Ninguno tiene la autoridad moral ni credibilidad para afirmarse lo anterior. Para todo México nunca hubo una respuesta rápida ni atención a las condiciones de seguridad: la empresa Grupo México y el gobierno de Vicente Fox se fueron como si nada: “Lástima, amigochos, no vieron el haiga sido como haiga sido”.
Incluso hoy no hay siquiera un intento por rescatar los cuerpos. Ahí siguen enterrados porque es más fácil decir que no se pudo, que intentarlo por dos largos meses como sucedió con el caso de Chile. No: urgía más atender el asunto electoral, que no ganara el Peje, que saliera Fox asegurando la continuidad del poder. En menos de un mes Pasta de Conchos se fue al carajo.
Chile nos da un ejemplo de cómo debemos celebrar a la vida: marchas de apoyo, trabajo arduo, creativo como la creación de las cápsulas Fénix, la perforación para acceder a la mina San José donde estaban los chilenos y boliviano atrapados. El operativo San Lorenzo, porque es el santo de los mineros. Costo: calculado en 10 millones de dólares; en México, se calcula, costó cuatro veces el “festejo” del bicentenario: 45 millones de dólares que se quemaron en 8 horas, más los 50 que costará el monumento que presuntamente se inaugurará en un año.
Chile y Brasil, considero, son los ejemplos a seguir de Latinoamérica. Buenas administraciones, avanzando más firmemente en materia política y económica. El país más largo del mundo hoy nos da otra forma de lo que se debe hacer cuando se quiere servir verdaderamente a la sociedad: en Pasta de Conchos ni Fox ni Calderón han pisado pie.
¿Qué nos pasará en México que es más urgente rendir tributo a la muerte? ¿Por qué rendirle cuentas a la “niña blanca” en lo más patético de nuestro paganismo? Se respeta toda creencia religiosa, pero, carajo, Chile nos demuestra que antes de enterrar a nuestros muertos, los celebramos en vida.
Desde que baja la primera cápsula con el primer rescatista, la emoción a flor de piel se sentía. Sí, no es México, y estamos lejos, y ni siquiera son paisanos, pero la transmisión televisiva sirvió para vivir el momento; vaya, hasta la aburrida y malísima narración de la conductora de CNN sirvió para no prestarle atención a los comentarios y concentrarse en las imágenes.
Cuando sale Florencio, el primero de los mineros rescatados, es recibido por su familia; su hijo le grita “Papi” y es inevitable sentir ganas de chillar. Pasaron dos meses bajo una caverna y hoy son héroes de la vida, símbolos de que sí se puede, de que no son números para que el gobierno contabilice daños colaterales, bajas, damnificados.
Por eso no sorprende que abracen efusivamente también a su presidente Sebastián Piñera, que los recibe con una sonrisa: el gobierno nunca se olvidó de ellos.
Y es que en México es más fácil olvidar. Es más práctico en México decir “Que los bendiga Dios” como una manera de desentendimiento por lo que ocurra.
Para cuando sale el segundo minero, Mario Sepúlveda, los corresponsales anotan: “se robó el show”. Sale con unas ganas de seguir viviendo como si el ducto que lo trajera a la superficie fuese un nuevo conducto vaginal por donde va a nacer por segunda vez, sólo que conciente, ve la luz, oye los gritos. Él obrero grita porque ya quiere nacer.
El detallazo: baja de la cápsula, y de un morral polvoriento saca trozos de piedra como recuerdos de la mina que fue su hogar en las últimas semanas; las reparte entre todos. Esas piedras hoy son como el oro que tanto ambicionaban los españoles en Sudamérica.
Seguían saliendo los mineros en el transcurso de la madrugada: el más viejo, el más joven de 19 años, el boliviano. Todos uno a uno, en lo que tardará un día.
Calderón comentaba en su Twitter: “Impresionante, emocionante, el rescate de los mineros. Viva Chile! Viva la esperanza de que el hombre puede superar cualquier dificultad!”, y las mentadas al puro estilo mexicano se dejaron caer por andar opinando sobre un asunto que tiene un cicatriz muy fresca en México.
A Fox le llovió también en la red social; Celia Álvarez (@ScatNu) le recordó al presidente del ¿Y yo por qué?: “¿Vio al presidente de Chile con los mineros atrapados? ¡Ud JAMÁS se presentó en Pasta de Conchos! Qué triste, qué terrible!”
Al mismo tiempo del rescate, una mediocre selección mexicana de fútbol jugaba en Ciudad Juárez como si nos hicieran el favor. Vayan a la goma, lo de Chile es más interesante. Ni quien se acordara de ellos.
Chile nos da ejemplo de vida, México rinde culto a la muerte. Dentro de nuestro patético orgullo está el saber quién es más cabrón matando gente, quién lleva más. Hacemos leyenda de Toribio Gargallo, del Pozolero, el Jefe de Jefes, la Barbie: todos son unos cabrones. El conteo fatal nos marca.
Chile se preocupa por sus vivos, por sus mineros. Los rescataron. En Pasta de Conchos les dieron la bendición y como si nada. Los niños de la guardería ABC, también la bendición, ya son unos querubines.
Aquí en México es más fácil olvidar.